2002
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https://hdl.handle.net/20.500.13089/334v
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https://doi.org/10.4000/books.ifea
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Levamos anclas sin demora para aprovechar un viento bastante favorable y costeamos Buenos Aires, teniendo a la vista toda la ciudad y la animada orilla del Plata. Pronto pasamos ante los bosques de sauces que adornan la ribera hasta la proximidad de San Isidro, al oeste de Buenos Aires, donde se observan los campos más lindos de los alrededores; pero no pudimos gozar de su vista porque el gran número de islas de la desembocadura del Paraná los ocultaban a nuestras miradas. A eso de las tres llegamos...