Jean-Philippe Luis, L’ivresse de la fortune. A.M. Aguado, un génie des affaires

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18 février 2011

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Claude Morange, « Jean-Philippe Luis, L’ivresse de la fortune. A.M. Aguado, un génie des affaires », Cahiers de civilisation espagnole contemporaine (de 1808 au temps présent), ID : 10.4000/ccec.3554


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Desde la vieja biografía de Cortines y Murube (Un Sevillano en París, 1918), y con la excepción del reciente libro de Armando Rubén Puente (Alejandro Aguado, militar, banquero, mecenas, Madrid, 2007), que todavía no he podido ver, nadie se había interesado por Alejandro María Aguado, personaje ilustre y desconocido a la vez, a pesar de la importancia que tuvo, durante cerca de tres decenios, en la historia de las relaciones entre España y Francia. Con este libro, viene a subsanar esta laguna J. P. Luis, buen conocedor de la «ominosa década», como demostró ya en su tesis doctoral, L’Utopie réactionnaire.  Aguado nació en el seno de una familia navarra, algunos de cuyos miembros se trasladaron a Andalucía para dedicarse al comercio, gracias al cual consiguieron enriquecerse, fundar un mayorazgo y «comprar» un título de nobleza, pasando luego a integrarse en la oligarquía sevillana. Como solía pasar con los segundones, se le destinó al Ejército. En 1800, entró de cadete en un regimiento, con el cual pasó varios años en Ceuta. Al producirse la invasión napoleónica, sirvió en el campo patriótico, hasta que, ocupada Sevilla, no vio más salida que aceptar la colaboración con el ocupante. Se pasó a las filas del ejército de José Bonaparte, llegando a coronel y, sobre todo, edecán del mariscal Soult, al que acompañó en sus campañas. En 1813, no tuvo más remedio que huir a Francia, donde al poco tiempo abandonó la carrera militar. La fractura que significó la Guerra de la Independencia fue para él definitiva. En 1815 ya, solicitó la nacionalidad francesa, señal de una voluntad de cortar definitivamente los lazos con su patria. Creó en París un comercio de importación de vinos y frutos andaluces, y empezó a especular. Lo decisivo fue la rapidez con que supo aprovechar la coyuntura financiera dificilísima por la que estaba pasando la monarquía española. De 1824 a 1832, su nombre se encuentra vinculado a la negociación en París de empréstitos destinados a salvar al gobierno de Madrid de la bancarrota. Ese papel de banquero de España en París le proporcionó oportunidades para hacer toda clase de especulaciones, con las que consiguió en poco tiempo pasar a ser uno de los hombres más ricos de Francia. Esta rapidísma ascensión fue facilitada, en términos generales, por la catastrófica situación de la Hacienda española, el papel de Francia en España después de la invasión de 1823 y el dinamismo del capitalismo bancario en París. Pero nada hubiera sido posible sin las dotes personales de Aguado. Oportunista audaz, iba siempre con rapidez a lo suyo: ganar todo el dinero posible, sin reparar en consideraciones políticas, morales o patrióticas. Enriquecerse a costa de un Estado apurado como el de su propia patria no le planteaba ningún problema moral. Tampoco el comprar a algunos periodistas para que sirvieran sus intereses. Arquetipo de la nueva aristocracia del dinero triunfante, sirvió de modelo a novelistas como Balzac o Dumas, y al mismo tiempo fue el blanco de mordaces sátiras, en las que se denunciaban sus apetitos y procederes de «lobo cerval». Al mismo tiempo que, desde su palacete parisino, reinaba sobre el mundo de los negocios, asentó su prestigio con todos los medios al uso. Compró grandes propiedades en provincias (como el castillo y viñedos de Château-Margaux, cerca de Burdeos), se portó en mecenas, tomando el control de la Ópera y del Teatro Italiano, protegiendo a Rossini, reuniendo una prestigiosa colección de cuadros, recibiendo al «Todo París» de la política y de las artes en sus suntuosos saraos, etc. En la nueva sociedad, como dijo Larra, la aristocracia del dinero ponía a su servicio a la del talento, para que sirviera de adorno, por decirlo así, a su poderío. Puede sorprender que, una vez encumbrado, Aguado siguiera otorgando importancia a los valores de la vieja sociedad: títulos nobiliarios (aunque el de marqués de las Marismas del Guadalquivir, que creó para él Fernando vii, no era de lo más prestigioso), condecoraciones, castillos y extensos dominios. La otra cara del personaje la constituyen las inversiones que realizó en el mundo industrial o en proyectos de fomento: minas del Creusot, ferrocarril de París a Dieppe, y, en España, minas de plomo de la sierra de Gador, saneamiento de las marismas del Guadalquivir y minas de carbón de Asturias. Allí le sorprendió la muerte, en 1842, cuando fue a inaugurar la carretera que había hecho construir para transportar el carbón hacia el puerto de Gijón. Dejó una fortuna aún considerable, a pesar de que había despilfarrado gran parte en gastos de prestigio e inversiones a veces poco acertadas. Pero no consiguió fundar y dejar tras sí una dinastía como la de los Rothschild. El itinerario de Aguado es, sin duda, representativo de una época, la del tránsito de la vieja sociedad aristocrática a la de la burguesía capitalista, con las contradicciones que esto conllevaba, siendo la principal la persistencia de los viejos valores en medio de una sociedad profundamente revolucionada. A lo largo de este riquísimo estudio, J. P. Luis reflexiona sobre la importancia respectiva que tienen en el destino de un individuo condicionamientos de estamento o de clase, redes familiares y de amistad y factores individuales que, en su opinión, siempre pesan más, en última instancia, que el entorno. Obviamente, esto se verifica sobre todo en el caso de una personalidad excepcional como la de Aguado. Libro fundamental, pues, para los historiadores de la España y la Francia de principios del siglo xix. Libro denso y muy documentado, pero accesible para el simple curioso de la Europa posnapoleónica, que verá desfilar por sus páginas cantidad de personajes españoles y franceses, desde la Andalucía de finales del siglo xviii hasta el París tan contrastado de La Comédie humaine, entre capitalismo conquistador y elitismo romántico.

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